viernes, 18 de julio de 2014

TEMA LA MUJER Y LA FILOSOFÍA

La verdad sobre Hipatia

Al morir como murió, entró en la leyenda. Fue la primera científica, filósofa neoplatónica y fiel a los dioses paganos. Un arquetipo femenino que a lo largo de la historia cada uno ha interpretado según sus necesidades sicológicas.



Hipatia nació en Alejandría, capital de la provincia romana de Egipto, hacia el año 355, o 370, según las ultimas investigaciones. No se tienen datos sobre su madre, pero sí sobre su padre, el filósofo y matemático Teón, que estimuló su educación para que fuera “un ser humano perfecto”. Recibió, pues, Hipatia una formación científica muy completa. Practicaba rutinas diarias para mantener un cuerpo saludable y una mente activa, en contraste con las mujeres de su época, apartadas del conocimiento y relegadas a los gineceos. Con el tiempo se convertiría en una mujer brillante, competente en todo, y, según se dice, muy hermosa. Pero no quiso casarse y permaneció virgen para dedicarse por completo a cultivar su inteligencia. Su padre trabajaba en el Sarapeo, institución fundada por Tolomeo I, el sucesor de Alejandro Magno, dedicada a la investigación y la enseñanza. Su biblioteca se consideraba hermana menor de la legendaria Gran Biblioteca de Alejandría, destruida en algún momento de los siglos III/IV. Allí vivían más de cien profesores fijos y muchos invitados. Hipatia estudió en el Sarapeo y formó parte de él hasta su muerte. Incluso lo dirigió hacia el año 400. También obtuvo la cátedra de filosofía platónica, por lo que sus amigos la llamaban “la filósofa”.

Maestra y discípulos

Hacia el año 400, Hipatia encabezaba a los filósofos neoplatónicos alejandrinos y se dedicaba con pasión a la enseñanza. A su casa acudían estudiantes de todo el Oriente Medio, atraídos por su fama. Llegaban de Cirene, Siria y Alejandría, de la Tebaida y de la capital del Imperio. Era una selecta escuela de aristócratas con alumnos paganos y cristianos, ninguno perturbado en sus convicciones por su maestra. Su discípulo preferido, el cristiano Sinesio de Cirene, expuso con elocuencia la devoción que la carismática Hipatia inspiraba a sus alumnos: “Madre, hermana y profesora, además de benefactora y todo cuanto sea honrado, tanto de nombre como de hecho”. Sinesio, que llegaría a ser obispo de Ptolemaida, mantuvo una intensa correspondencia con su maestra en la que se menciona a otros discípulos, desde Herculiano hasta Orestes, que era el Prefecto imperial al morir Hipatia… Todos ellos hijos de familias poderosas, muchos llegarían a ocupar altos cargos. Hipatia tenía un concepto aristocrático de la filosofía y no se interesó por las clases populares, ni empatizó con las mujeres. No tuvo discípulas. Su misión moral, a la que estaba entregada, la ponía muy por encima de su propio sexo. Se podía decir de ella lo que Empédocles, el pitagórico, decía de sí mismo: “En una ocasión fui dos cosas, hombre y mujer”.

Sobresaliente en ciencias 

En su época, el saber se consideraba un todo y no era raro que los filósofos fueran también científicos. Era su caso. Sabía matemáticas, astronomía, música... Sus escritos se han perdido, pero hay muchas referencias a ellos, gracias a sus discípulos Sinesio de Cirene y Hesiquio de Alejandría, el Hebreo. Su trabajo más extenso fue sobre álgebra: un comentario a la Aritmética de Diofanto, el padre de los números enteros, que incluía soluciones alternativas y nuevos problemas. También escribió un tratado sobre la Geometría de las Cónicas de Apolonio y colaboró con su padre en la revisión, mejora y edición de los Elementos de la Geometría de Euclides. Redactó también un Canon de Astronomía, y revisó las Tablas Astronómicas de Claudio Tolomeo.
También le interesaban los aparatos. Las Cartas de Sinesio recogen sus diseños para varios instrumentos, incluyendo un astrolabio plano que mejoraba los antiguos para medir la posición de las estrellas, los planetas y el Sol. Desarrolló un aparato para la destilación del agua, un hidroscopio para medir su presencia y su nivel y un hidrómetro que determinaba el peso específico de los líquidos. También se le atribuye la invención del aerómetro, para medir las propiedades físicas del aire u otros gases.

La violenta Alejandría 

Era un avispero lleno de avispas letales. Teodosio I convirtió al llamado catolicismo en religión del Estado y eso había irritado tanto a los paganos como a las facciones cristianas excluidas, que se veían de pronto consideradas heréticas. Durante las décadas siguientes hubo en Alejandría enfrentamientos incluso violentos y los filósofos como Hipatia sufrieron fuertes presiones para convertirse al cristianismo. Algunos lo hicieron, pero Hipatia se negó, a pesar de los consejos de su discípulo Orestes: su mente investigadora debía ser incompatible con una religión dogmática. Además, confiaba en su buena relación con la élite intelectual cristiana, que la consideraba un modelo de virtud. Su influencia en la ciudad era enorme, incluso aconsejaba a Orestes, ya nombrado representante del Emperador, en los asuntos municipales.
El Patriarca de Alejandría era en aquel momento el copto Teófilo, ambicioso y enérgico. En el año 391 había convencido al Emperador para derribar los templos paganos de la ciudad, entre ellos el Serapeo, destruyendo su biblioteca, tan amada por Hipatia. Ello provocó disturbios sangrientos entre paganos y cristianos pero Hipatia procuraba no enfrentarse con Teófilo. Al morir este, le sucedió su sobrino Cirilo que siguió con la política de su tío: presión contra los paganos, herejes y judíos y resistencia ante Constantinopla. Así surgió la amarga hostilidad entre Cirilo y Orestes, que debía defender el poder absoluto del Emperador. En esa pinza quedaría atrapada Hipatia.
Existía en ese momento un odio visceral entre cristianos y judíos, estos protegidos por Orestes. Hubo violentos motines antijudíos, azuzados por Cirilo. Orestes se quejó al Emperador y rechazó los intentos de reconciliación de Cirilo. Ahí se cerró la trampa. Del desierto de Nitria llegaron 500 monjes belicosos dispuestos a defender a su Patriarca que atacaron físicamente a Orestes llamándole idólatra. Y aunque él se defendió gritando que era cristiano, fue herido por el monje Amonio. Era un delito contra el Emperador: Amonio fue torturado y muerto, y Cirilo, en revancha, le consagró como mártir cristiano. La ruptura entre el Patriarca y el representante imperial era ya absoluta.

La muerte de Hipatia

Alejandría se llenó de rumores. ¿Por qué era aquella Hipatia tan influyente? No era popular entre el pueblo llano, lo que fue aprovechado por los agitadores del Patriarca para lanzar la peor de las insidias. ¿No sería una bruja, practicante de la magia negra, fomentadora de la discordia entre Cirilo y Orestes? Y la crisis se desencadenó. Era el año 415. En plena cuaresma, una turba, quizás de monjes encolerizados, asaltó a la filósofa al volver a su casa. La arrastraron por toda la ciudad hasta llegar al Cesáreo, magnífico templo edificado por Augusto y convertido en catedral de Alejandría. Allí la desnudaron y la descuartizaron con piedras afiladas y conchas de ostras. Sus restos fueron llevados en triunfo hasta el Cinareo, quizás un crematorio, donde los quemaron para que nadie pudiese recuperarlos.
Al morir, Hipatia no era la bella joven que dicen las leyendas. Tenía entre 40 y 60 años, según la fecha de nacimiento que se acepte. ¿Murió por ser pagana y no aceptar la conversión? No exactamente. Su asesinato, aunque en el marco de la hostilidad cristiana contra el paganismo, fue una consecuencia directa de la tensión entre el patriarcado alejandrino, encarnado por Cirilo, y el poder imperial, representado por Orestes. Una especie de advertencia siniestra lanzada al Prefecto por el Patriarca: “Lo que le ha pasado a Hipatia también podría pasarte a ti”. Con las fuentes que hoy tenemos, es imposible saber si Cirilo orquestó el ataque o si sus irascibles partidarios lo llevaron a cabo a sus espaldas. Pero sin duda fue su instigador, responsable moral de la campaña contra Hipatia.

Un escándalo histórico

Tanto los detalles truculentos del crimen como la impunidad de los asesinos convirtieron la muerte de Hipatia en un escándalo histórico perdurable. El Emperador Teodosio II quiso castigar a Cirilo, pero al final se limitó a retirarle los 500 monjes que le servían de guardia. Además, a su muerte fue declarado santo y doctor de la Iglesia. Pero el asesinato de Hipatia no fue olvidado. La inmediata posteridad condenó a Cirilo casi sin reservas: el historiador bizantino Juan Malalas (siglo VI) daba por cierta su inducción al crimen y culpaba del acto criminal a los ciudadanos alejandrinos, violentos y “acostumbrados a toda licencia”. En la misma época, Juan de Éfeso los llamaba “horda de bárbaros inspirada por Satán”. Incluso la Suda, enciclopedia bizantina del siglo XI, atribuye el asesinato al carácter feroz de los alejandrinos.

SUS ENSEÑANZAS FILOSÓFICAS

Según Damascio, filósofo pagano del siglo VI, Hipatia era «de naturaleza más noble que su padre y no se conformó con las ciencias matemáticas, sino que se dedicó a las filosóficas con mucha entrega». La insuficiencia de las fuentes que tenemos nos obliga a especular sobre su filosofía: comentaba –no sabemos con qué aportaciones personales– los textos y la doctrina de Platón y formaba parte de esa élite pagana que seguía fiel a las antiguas creencias y velaba por el legado clásico en un imperio conquistado por el cristianismo.

Basaba sus enseñanzas en las de Plotino, el fundador del Neoplatonismo, y quizás utilizaba los Oráculos Caldeos, la biblia neoplatónica, que incluye ciertas doctrinas esotérico-religiosas. Pero no las ponía en práctica: era una helenista cultural que rechazaba los ritos mágicos y no hacía sacrificios a los dioses. Su trato con cristianos y su buena relación con las autoridades religiosas demuestran que no fue una pagana militante.


Las clases de Hipatia eran diálogos sobre temas éticos y religiosos. Compartía con sus alumnos experiencias de gran intensidad, que no se debían a prácticas milagreras, sino al esfuerzo mental que realizaban juntos.


 Transmitía sus ideas filosóficas con un énfasis casi científico y defendía con gran celo el sentido sagrado de la investigación filosófica. Su sabiduría y autoridad espiritual la habían convertido en guía de sus discípulos. Apoyada en Platón, ella despertaba su instinto filosófico, les instaba a escapar de la realidad banal para dirigirse hacia la trascendental.


Con un esfuerzo enérgico de la inteligencia y el corazón, cada uno debía llegar a descubrir su propio ojo interior: ese ojo intelectual, hijo luminoso de la razón, que capacita al individuo para romper las cadenas de la materia.


Esa chispa encendida por Hipatia podía llegar a convertirse en una gran llama de conocimiento, estación final del viaje del alma que el neoplatónico Plotino denominaba anagogue: ascensión hacia la divinidad. Lograda la meta filosófica, el espíritu estaba listo para la verdadera realidad, más allá del pensamiento y del lenguaje.


 Lograr esa experiencia significaba alcanzar la verdadera vida. En adelante, esa vida, guiada por la razón filosófica, se dedicaría a buscar lo trascendental y a procurar la fusión con lo divino, en una dimensión más alta de la existencia. La felicidad de esta unión era tan intensa que todos los discípulos de Hipatia la deseaban.


Durante esa búsqueda, el ser humano debía desprenderse de las inquietudes del mundo. Eso requería esfuerzo cognitivo y perfección ética. Hipatia podía aplicar duras medidas pedagógicas a los alumnos que no aceptaban esa verdad básica, como demuestra la anécdota contada por Damascio: uno de sus discípulos le confesó que estaba enamorado de ella. E Hipatia, entregándole su paño menstrual, le dijo:

“Esto es lo que amas y no tiene nada de hermoso”.

La historia, sin duda reveladora para los psicoanalistas modernos, manifiesta el desinterés de Hipatia hacia la sensualidad, así como una energía de carácter poco común y gran fortaleza ética. Quiso demostrar a su discípulo que la belleza no reside en un objeto concreto, el cuerpo de Hipatia. Los cuerpos no son más que imágenes, huellas, sobras. A Hipatia, como a Plotino, no le interesaban esas bellezas relativas; quería despertar en sus alumnos el hambre intelectual por la belleza última, la hermosura del conocimiento. 

                                                                                                                                                               ❖ Marisa Pérez Bodegas
TEXTO ORIGINAL EN FILOSOFÍA HOY
Hildegard von Bingen (Alemania, 1098-1179) fue una polifacética abadesa, física, filósofa, naturalista, compositora, poetisa y lingüista del medievo. A pesar de que su trabajo no sería considerado ciencia como tal en el mundo moderno, brilló con luz propia durante la época medieval.
Intervención divina.
Hildegard von Bingen nació en una familia noble alemana en 1098. Ella fue la décima de sus hermanos y pasó enferma la mayor parte de su infancia. Sus padres eran muy creyentes y la entregaron a la Iglesia como un diezmo (por ser la menor de sus diez hijos) cuando ella tenía ocho años. Este tipo de abandono sería impensable hoy en día, sin embargo, en aquella época era un símbolo de los tiempos (su nacimiento coincidió con la Primera Cruzada que llegó a Jerusalén en 1099) y parece que esto encajó con su ferviente disposición desde niña. Cuando fue adulta, Hildegard expresó su gratitud hacia su familia por haberla entregado a la Iglesia en un momento en que “el espíritu religioso crecía lentamente”.
Siendo ya abadesa, afirmaba haber tenido visiones a una edad muy temprana, que continuaron a lo largo de su vida. Estas visiones hicieron que se la tratara como una persona en conexión con lo divino, lo que explica en parte cómo fue capaz de deshacerse de las restricciones de la iglesia medieval con las mujeres predicadoras y dedicarse a la filosofía y a la ciencia. De hecho, la mayoría de las obras de Hildegard von Bingen se presentan en forma de visiones. En 1141, cuando tenía 42 años, experimentó una visión que recibió como una instrucción directa de Dios, en la que se le instaba a “escribir todo cuanto viera y oyera”.
Sus días de abadesa.
Hildegard avanzó rápidamente en las filas de la iglesia. En 1136 fue elegida por unanimidad como magistra entre sus hermanas y compañeras y llegó tan lejos como para convencer a la iglesia de su época de que tomara una medida inusual y le permitiera fundar dos monasterios en 1150 y 1165.
Esta particular mujer era también una compositora consumada y sigue siendo conocida por ello hoy en día. Entre los años 70 y 80 se rescataron sus composiciones musicales y esautora de uno de los repertorios de música medieval más extensos. Una de sus obras,Ordo Virtutum, dedicada a la virtud, es uno de los primeros ejemplos de drama litúrgico. Además, Hildegard escribió textos teológicos, botánicos y medicinales, así como cartas y poemas.
El talento natural.
A diferencia de sus otros escritos, los cuales presentó en forma de visiones, las obras científicas de Hildegard no se describen como profecías. Hildegard escribió Physica, un texto sobre las ciencias naturales, así como el tratado médico Causae et Curae. En ambos textos, describe el mundo natural y muestra un particular interés en las propiedades curativas de las plantas, los animales y las rocas.
Physica es una obra extensa de nueve volúmenes que se ocupa principalmente del uso medicinal de las plantas, los árboles, las piedras preciosas, los metales y los animales. Por ejemplo, en una de las entradas, describe a las flores Cinquefoil como: “…. beneficiosas para la salud y útiles para combatir la fiebre causada por la mala alimentación.”
Los cinco volúmenes del Causae et Curae son esencialmente un tratado de medicina, mezcla de influencias griegas y cristianas. Junto con algunos inverosímiles remedios (tales como sumergir a una perra en agua y usar este agua para humedecer la frente como una cura para la resaca) hay algunos que parecen bastante razonables. Estos incluyen consejos rudimentarios sobre cómo mantener los dientes sanos y firmes o cómo enriquecer la dieta de las mujeres que sufrían amenorrea (ausencia de menstruación), algo habitual en la época debido la desnutrición.
Logros cientificos.
Desde el punto de vista actual, la ciencia de Hildegard von Bingen se parece más a la superstición, pero hace casi un milenio, sus puntos de vista fueron considerados sabios.Hildegard poseía una verdadera curiosidad por entender el mundo natural que existía a su alrededor.
Además, en un momento en el que estaba prohibida la interpretación de las Escrituras por parte de las mujeres y su participación en la sociedad, esta mujer se comunicó con el  papado (incluyendo los papas Eugenio III y AnastasioIV), hombres de estado, emperadores alemanes como Federico I y otras figuras notables como san Bernardo de Claraval.
Hildegard von Bingen fue muy por delante de su tiempo en sus opiniones sobre la importancia de la gratificación sexual para las mujeres. A pesar de que es lógico pensar que como abadesa conservaría su virginidad, ella bien podría ser la primera mujer europea en describir el orgasmo femenino.
Puede resultar contradictorio considerar a una religiosa como una mujer de ciencia. Sin embargo, en el contexto histórico en el que Hildegard von Bingen desarrolló su trabajo, se la puede considerar una mujer excepcional en este campo, no solo por su condición de mujer si no también por ser capaz de aportar un poco de luz a ese oscuro tramo de la historia que fue la Edad Media. 


TEMA BRUNO

Giordano Bruno: Filosofía en llamas

Hay dos tipos de filósofos: los que se pegan a lo establecido y los que abren nuevos caminos poniéndose en el punto de mira de quienes alimentan el statu quo. Bruno fue de los segundos. Por eso está aquí.



Siguiendo con la mencionada clasificación, los primeros –los filósofos acomodaticios– siempre son recompensados por sus obras, mientras que los segundos son tratados como lo que son: personas molestas, incómodas e incorrectas que deben ser perseguidas. Giordano Bruno no es que pertenezca a estos últimos, es que bien podría ser su patrón. Un patrón laico cuya vida, cuya leyenda, ilumina a los hombres y a las mujeres que aún están dispuestos a generar una nueva forma de ver el mundo y de relacionarse con él.

Un niño que va por libre
Bruno nació en Nola, en el reino de Nápoles. Fue el fruto del matrimonio entre un soldado al servicio de la corona Española y de una mujer cuyo nombre aún sorprende: Fraulissa Savolino. Vio por primera vez la luz de este mundo en el año 1548, pero bajo un nombre que para la mayoría es tan desconocido como su justificación: Filippo, en honor a Felipe II, al Emperador al que el padre de la criatura servía con diligencia y fidelidad. El nombre que todos conocemos, Bruno, fue impuesto en su ordenación en honor al antiguo prior del convento en el que el nolano tomó los hábitos.
De su infancia se conoce que estuvo marcada por la soledad y la melancolía. Era un niño inadaptado que solo encontraba consuelo paseando, escribiendo y hablando con el monte que coronaba su pueblo, el Cicala. En cuanto tuvo edad de iniciar sus estudios, y gracias a que los soldados tenían ciertos privilegios a la hora de dar a sus hijos una buena educación, su familia le envió a Nápoles, una ciudad en la que la vida intelectual, comercial y cotidiana era un auténtico hervidero. Algo lógico, cuando se sabe que aquella urbe, con unas 250.000 almas, era una de las más masificadas de Europa.
El sitio en el que Bruno se instala es el Monasterio de San Domenico, en cuya orden ingresará en 1565, se hará sacerdote en 1572 y bajo cuya enseñanza llegará a ser Doctor en 1575. Hasta aquí nada raro, salvo algunos episodios menores en los que ya Bruno enseñó los dientes a sus hermanos dominicos. El más significativo, cuando el nolano sacó de su celda un cuadro del obispo Antonio de Florencia y otro de la Virgen: un gesto que tenía cierto tufo a protestantismo, ya que los religiosos italianos sentían una devoción absoluta por ella.

Herejía y huida
Nada más estrenar su posición de Doctor –no llegará al año–, Bruno empieza a verse en el derecho de decir lo que piensa, que no es otra cosa que poner en duda dogmas vertebrales del catolicismo: la Encarnación, la existencia del Infierno y el Purgatorio y la divinidad de Cristo. El resultado son dos acusaciones de herejía que le harán huir rápidamente de Italia y comenzar una peregrinación por Europa.
Destacan sus estancias en Ginebra, ahí conoce de primera mano el calvinismo; en París, en donde dice abiertamente ser copernicano y neoplatónico; Toulouse, en cuya universidad imparte durante dos años clases; y, finalmente, Inglaterra, país que le acoge con generosidad –en Londres vive en la casa del embajador de Francia–, y que le brinda la posibilidad de publicar sus principales obras; todas ellas, por cierto, escritas en italiano, algo completamente atípico en una época en la que el latín era lengua obligada, por lo menos entre los intelectuales católicos.
El pensamiento de Giordano Bruno destaca por una provocadora combinación, que mezcla distintas escuelas y teorías, aunando pasado, presente y futuro de una forma tan compleja como inclasificable. Así, en su filosofía identificamos influencias directas del pitagorismo, del neoplatonismo (Plotino), de la teoría copernicana, del atomismo griego (Demócrito y Lucrecio), de la teología y mística medieval (Scoto Erígena y Nicolás de Cusa), del averroísmo y de las corrientes herméticas que habían aflorado en el Renacimiento (Hermes Trimegisto).

Tres nociones básicas
Resumir la filosofía de Bruno no resulta fácil: es demasiado rica y está llena de matices, pero sí es posible identificar tres líneas principales: infinitud de los mundos, monismo y animación universal.
La primera tiene que ver con su apuesta por la teoría copernicana; ahora bien, Bruno la lleva más lejos de lo que jamás lo habría hecho el propio Copérnico, y si lo hace es porque ha leído un libro decisivo para él De la Naturaleza de las cosas, de Lucrecio, ya que igual que este poeta romano, Bruno postula que el universo es infinito y que a su vez está formado por infinitos mundos. No es que la Tierra no sea el centro del sistema solar, es que ni siquiera el sistema solar es centro de nada. Así, el mismo eje de la teoría copernicana, el Sol, no es otra cosa que una de las infinitas estrellas que iluminan y calientan las infinitas Tierras que el universo alberga.
Si decimos que la filosofía del nolano es monista, es porque para él solo hay una única sustancia que se manifiesta de distintas formas. Al decir esto, el universo y Dios quedan identificados: ni el mundo es externo a Dios ni este está por encima del mundo. Una identificación que acerca peligrosamente el pensamiento de Bruno al panteísmo; peligrosamente porque entonces esta era una posición intelectual severamente perseguida por la Iglesia, ya que entre ella y el ateísmo no hay tanta distancia.
En lo que se refiere a la animación universal, se nota la influencia directa de Platón, los neoplatónicos y la tradición hermenéutica. Se resume en la idea de que le universo es un todo interconectado que se define por estar vivo, incluyendo los seres inanimados.

La condena del fuego
De vuelta a su biografía, desde Londres, bajo el amparo del embajador de Francia, Bruno dispara al mundo su pensamiento y también se prepara para cometer el error que le costaría la vida: piensa que en Italia van a cambiar las cosas y decide regresar. Primero va a Venecia, y finalmente pone los pies en la capital del catolicismo, Roma. La Inquisición, enterada de que Bruno está en la Ciudad Santa, decide ir a por él. Su siniestro mecanismo se pone en marcha y es detenido y encarcelado. Pasará ocho años en la cárcel de la Inquisición, ocho largos años en los que solo saldrá para asistir a juicios en los que ya todo estaba decidido. O no, porque los Inquisidores, con el cardenal Belarmino a la cabeza, aún le dan la posibilidad de retractarse, pero él decide no hacerlo. De este modo, será condenado a morir en la hoguera bajo la acusación de “herejía obstinada y pertinaz”. Bruno asume la pena con una sentencia que sigue resonando en el laberinto de la Historia: “Puede que a vosotros os cause más temor pronunciar esta sentencia que mí aceptarla”.
El 17 de febrero de 1600 lo sacan de su celda y lo conducen al Campo de las Flores. Se le desnuda y se le pone sobre la pira, pero antes de prender el fuego se le ofrece, con el fin de salvar su alma, besar un crucifijo: él quita la cara y con ese gesto pone punto y final. El fuego se enciende y el filósofo arde ante los ojos de los inquisidores y de todos los curiosos que se habían acercado a la plaza.

Un hombre del futuro
Era el fin del hombre pero el comienzo de la leyenda, ya que, en 1889, los estudiantes de Roma, a través de una campaña de suscripción internacional, encargan a Ettore Ferrari esculpir en bronce a Giordano Bruno. Con el apoyo del alcalde de Roma logran poner en la Plaza de las Flores la mítica escultura. La razón la dejan escrita en el pedestal: “A Bruno, de la generación que vislumbró, aquí, donde ardió la pira”. A día de hoy, todos los 17 de febrero, la fecha en la que el fuego sacó a Giordano Bruno de este mundo, la estatua asiste a una sorprendente peregrinación laica. Desde su ubicación, la estatua sigue enfrentándose desafiante al Vaticano. Puede que el tiempo y el devenir de la cultura le hayan dado la razón a Bruno, y que los que le condenaron ahora tengan más miedo que el que él tuvo al conocer su condena. ■ Gonzalo Muñoz Barallobre
TEXTO ORIGINAL EN REVISTA FILOSOFÍA HOY
LIBRO ORIGINAL EN VERSIÓN ON LINE.

TEMA OPTIMISMO

¿Somos genéticamente optimistas?

Martin E. P. Seligman es el creador del término "psicología positiva". Estas son las claves de su teoría



La evolución de la especie humana representa una incansable actitud de supervivencia y reproducción frente a todas las adversidades que la naturaleza ha puesto en su camino. Tal persistencia solo es concebible cuando en una gran mayoría de los miembros de nuestra especie el impulso hacia la vida, incluso en condiciones miserables, ha sido el hilo conductor desde los primeros pasos de la evolución. Esa construcción solo es imaginable gracias a que en el cerebro de los humanos, desde la forma más incipiente de su desarrollo, se alojó un programa con las siguientes premisas:

* La fe en el futuro superaba en atracción al desengaño del presente hostil.
* El cálculo estadístico que de forma instintiva realizaba el cerebro daba mayor probabilidad al éxito que al fracaso, antes de emprender una acción.
* El cerebro proponía al individuo planes de acción ante las dificultades, en lugar de esperar pasivamente un fatal desenlace.
* El afán por reproducirse continuaba activo a pesar de todas las vicisitudes que atravesaban los humanos.

Hasta los años 80, Martin Seligman se interesaba principalmente por los experimentos sobre la indefensión aprendida (learned helpness) y la depresión. Un día, viajando en avión, su vecino de asiento le preguntó: “¿Usted no se interesa en la otra cara de la moneda? ¿No puede prever algún tipo de persona que nunca renuncia a actuar?”.
“Fue un ¡eureka!”, cuenta Seligman. A partir de ese impulso, el foco de sus investigaciones se dirigió a conocer la cara olvidada de la moneda. Pronto publicó La fuerza del optimismo, un clásico que marca la mutación hacia la psicología positiva: el fundamento del síndrome positivo que predomina en nuestra especie aun cuando nos quejamos y todo lo vemos gris e incierto.
Después de las observaciones clínicas e investigaciones, que de forma innumerable se han sucedido, los neuropsicólogos actuales coinciden sobre algunos puntos de acuerdo relevantes:

* A pesar de la aparente abundancia de personas con baja autoestima, la mayor parte de las poblaciones sobreestima sus cualidades y olvida sus defectos y flaquezas.
* De forma espontánea, nuestra memoria borra los rastros de pasados sufrimientos; casi siempre embellecemos lo vivido.
* Incluso cuando el futuro es sombrío, el punto de vista del individuo interrogado sobre el mismo tiende a ser más positivo que el pronóstico general.
* Adoptada una decisión, descalificamos las opciones no seleccionadas, aunque nos movamos entre lamentos e inseguridades.
*Aunque los medios de comunicación centran su negocio en la divulgación de catástrofes y todo género de sucesos políticos y económicos adversos, nuestra memoria retiene mejor las escasas novedades positivas.

Todo aparenta que la selección natural hubiera privilegiado a los optimistas y enmudecido a los pesimistas. Cabría pensar que los pesimistas están mejor preparados –por el ejercicio de su prudencia– para la supervivencia. Es al contrario, según explicaba el antropólogo canadiense Lionel Tiger en la obra Biología de la esperanza. Su razonamiento es el siguiente: a medida que el cerebro de nuestros antepasados se desarrolló, pudo visualizar todo tipo de peligros al proyectarse sobre el futuro y, sobre todo, la ineludible muerte de cada uno de los portadores de uno de esos cerebros. Esas visiones insoportables habrían bloqueado la aventura humana si la naturaleza no hubiera sabido adaptar el cerebro introduciendo programas de sobrevaloración de nuestras fuerzas e infravaloración de los posibles males.

Russell y el entusiasmo

Russell está convencido: el entusiasmo es el signo más universal y distintivo de los hombres felices, de los optimistas. Él era uno de ellos.



Basta para comprender lo que queremos decir con la palabra entusiasmo 
–nos explica Russell– con observar el distinto comportamiento de las gentes ante la comida. Para unos no es más que una molestia; por excelentes que sean los alimentos, no les atraen. Nunca han sabido qué es comer con hambre verdadera. Están acostumbrados
a comer cosas excelentes como lo más natural del mundo. Existen los gastrónomos, que comienzan con apetito, pero que encuentran que nada está tan bien condimentado como quisieran. Se dan los glotones, que caen sobre los manjares vorazmente, comen demasiado y se desarrollan pletóricos. Finalmente, debemos mencionar los que comienzan con excelente apetito, les gusta lo que comen y lo hacen moderadamente. Los que contemplan la fiesta de la vida adoptan actitudes similares ante las cosas aceptables que se les ofrecen. El hombre feliz corresponde a la última categoría. Lo que el apetito es con relación a la comida, es el entusiasmo con relación a la vida.


En todas las situaciones, el que tiene gusto por la vida lleva ventaja a quien no la tiene. Hasta las mismas experiencias desagradables tienen para él su aplicación. A las personas arriesgadas les atraen los naufragios, los motines, los temblores de tierra, los incendios y toda clase de experiencias desagradables siempre que no afecten a su salud. Cuando presencian un temblor de tierra, se dicen, por ejemplo: “¡Toma, pues esto es un temblor!”, y se alegran de añadir una cosa más a su conocimiento del mundo. No sería cierto decir que tales personas no están a merced de la fatalidad, porque al perder su salud perderían probablemente su humor, aunque esto no es totalmente seguro. Yo he conocido –nos dice Russell– a quienes se estaban muriendo después de años de lentos sufrimientos y conservaban su humor casi hasta el final.


Los extravertidos suelen ser más felices que los introvertidos, 
ya que se rodean de más gente y pasan más tiempo con ella. Como dice Bertrand Russell en La conquista de la felicidad , los extravertidos se abren más al mundo en general y así se conceden a sí mismos más oportunidades: “La vida es demasiado breve para interesarnos en todo, pero está bien que nos interesemos por todo cuanto puede hacernos pasar el tiempo. Todos estamos expuestos a la enfermedad del introvertido, quien ante el múltiple espectáculo del mundo que se abre a su mirada, vuelve la cabeza y se fija solamente en su vacío interno. No se nos ocurre pensar que hay algo grande en la desgracia del introvertido” .


Aun contando con las predisposiciones genéticas, las cosas se pueden aprender. El propio Russell hace esta confesión: “ Yo no nací dichoso… En la adolescencia, la vida era odiosa y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario (a los 57 años), gusto de la vida y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa… En la mayor parte se debe a la preocupación, cada día menor, de mí mismo”.
TEXTO ORIGINAL EN REVISTA FILOSOFÍA HOY

http://filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/relcategoria.4208/idpag.5724/chk.b912b7bee383303b616ff6d6dac87455.html


TEMA DIOS

¿EXISTE DIOS?





EL DIOS DE LOS FILÓSOFOS
La cuestión sobre la existencia divina ha ocupado siempre un lugar preferente en la historia del pensamiento. Entre las opciones que van del sí al no, y con todos los matices que ambas permiten, los filósofos han elaborado propuestas que, con frecuencia, han sido esenciales para entender su obra.



EL DIOS DE LOS FILÓSOFOS
La cuestión sobre la existencia divina ha ocupado siempre un lugar preferente en la historia del pensamiento. Entre las opciones que van del sí al no, y con todos los matices que ambas permiten, los filósofos han elaborado propuestas que, con frecuencia, han sido esenciales para entender su obra.

San Agustín
(354-430)

“Tú me habías concedido que si te demostraba que hay algo superior a nuestra inteligencia confesarías que ese algo es Dios (...). Yo, aceptándolo, te dije que bastaba, en efecto, demostrarlo: porque, si hay algo más excelente, eso será precisamente Dios y, si no lo hay, la misma verdad es Dios. Haya pues o no algo más excelente no podrás negar que Dios existe”. Del libre albedrío



Antes de convertirse en obispo y santo, Agustín, nacido en Tagaste, en el año 354, es un espíritu inquieto que se ha interesado por la literatura, el teatro, ha destacado en retórica y estudia sin descanso la historia de la filosofía y el pensamiento de sus contemporáneos, pasando de una corriente a otra. Es en Milán, gracias a las celebraciones del obispo Ambrosio, donde entra en contacto con el cristianismo y se convierte a esta religión, dedicándole desde ese momento una vida consagrada al estudio y la difusión de las enseñanzas de la Iglesia. Influido por la tradición neoplatónica, a la hora de buscar a Dios, San Agustín se vuelve sobre sí mismo y transita los caminos de la interioridad en un recorrido que va del exterior hacia dentro. Sostiene que sólo en uno mismo, gracias a la iluminación, será posible descubrir a Dios. La prueba de su existencia es la inmutabilidad y la necesidad de las ideas, en contraste con el caracter voluble de la naturaleza humana.

Tomás de Aquino
(1225-1274)
“Lo que carece de conocimiento no tiende a un fin a no ser que lo dirija alguien que conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a un fin y a este llamamos Dios”. Suma teológica I



Obsesionado por el orden, Aquino construye en la Suma Teológica un sistemático manual de teología. A la pregunta concreta sobre la existencia de Dios, la respuesta de Aquino es un rotundo sí apoyado en cinco argumentos o cinco vías. La primera constata que hay cosas que se mueven y todo lo que se mueve es movido por otro, de modo que debe haber un primer motor no movido por nadie. La segunda dice que la experiencia demuestra que hay causas y también debe haber una causa primera. La tercera, que los seres no tienen el principio de existencia en sí mismos, así que deber existir un ser que sí lo posea. La cuarta constanta diversos grados de perfección en la naturaleza, pero lo perfecto no puede ser originado por lo imperfecto, sino por un ser aún más perfecto. La última vía se fija en el comportamiento de los seres y afirma que estos obran por un fin, por lo que debe existir un ser inteligente que los ordene. Y el ser al que llevan las cinco vías siempre es Dios.
Immanuel Kant
(1724 -1804)

Para nosotros constituía un deber auspiciar el sumo bien, y por ello no sólo hay un derecho, sino también una necesidad ligada con el deber como exigencia, para presuponer la posibilidad de ese sumo bien, lo cual, al ser solo posible bajo la condición de la existencia de Dios, vincula inseparablemente con el deber tal presuposición, es decir, que resulta moralmente necesario asumir la existencia de Dios.Crítica de la razón práctica



Los racionalistas, con Descartes a la cabeza, siguen haciendo hueco a Dios en sus idearios, por lo que a menudo se les ha tachado de contradictorios. Superándolos, Kant es el primero que asume que cuestiones como la existencia de Dios no son demostrables, aprehensibles por los sentidos, sino que están en otro nivel: son postulados de la razón práctica. ¿Qué significa esto? Frente a la razón teórica, que se ocupa de conocer cómo son las cosas, la razón práctica quiere saber cómo estas deben ser. Frente al reino de la naturaleza y del ser, Kant opone el de la moral y el deber ser. En esa dicotomía es donde se cuela la existencia de Dios: una existencia y una realidad que unifica el ser y el deber ser. Así, la contradicción presente en el mundo entre ser y deber hace necesaria la existencia divina, una entidad donde se unen ser y deber ser en armonía y felicidad perfectas.

Blaise Pascal 
(1623- 1662)

“Hay tres clases de personas: las que sirven a Dios habiéndole encontrado; otras que trabajan en buscarle sin haberlo encontrado, y otras que viven sin buscarle ni haberle encontrado. Los primeros son sensatos y felices; los últimos locos y desgraciados; los otros, desgraciados y sensatos. Pensamientos



No sabemos si Pascal pertenecía a los que buscan a Dios, pero sí que lo encontró a la salida de una conmoción producida por un accidente, al caer por un puente el coche de caballos donde viajaba. Cuando despierta, ya no es el mismo. Ha sufrido una gran experiencia mística. A favor de la existencia de Dios, Pascal propone un singular argumento: su famosa apuesta. Hay que decidirse por el sí o por el no, como en un juego. Y en ese juego, ¿qué opción es la ganadora? Antonio Aramayona, en su libro ¿Dios?, explica con gracia. “Parece el razonamiento de un individuo sin un duro en el bolsillo para comprar o no con el último dinero que le resta un billete de lotería. (...) Hay que apostar por Dios sin duda. ¿Qué ganamos? La vida eterna. ¿Qué perderíamos? Nada en absoluto: en el caso de perder la apuesta, nos quedamos con la vida que tenemos”.


Ludwig Feuerbach 
(1804-1872)

“La fe desnuda –hay un Dios o Dios es Dios– es una fe muerta, vana, nula. Yo solamente creo cuando creo que Dios es mi Dios. Pero si Dios es mi Dios, entonces todos los atributos divinos son de mi propiedad, es decir, todas las propiedaes de Dios son mías. Creer significa hacer a Dios hombre y al hombre, Dios". Escritos en torno a la esencia del cristianismo




El padre del humanismo ateo propone un trueque: allá donde dice Dios, debemos poner al hombre. Ludwig A. Feuerbach llega a esta conclusión después de haber revisado el idealismo de Hegel, al que opone su materialismo: la naturaleza. En realidad, como escribe Karen Amstrong en su libro En defensa de Dios: “Feuerbach había llevado el llamamiento de Hegel por un Dios y una religión de este mundo a su conclusión lógica (...). Dios, afirmaba Feuerbach, no era otra cosa que una construcción humana opresiva. La gente había proyectado sus propias cualidades sobre un ser imaginario que no pasaba de ser un mero reflejo de los seres humanos”. Como el pensador alemán defendería en La esencia del cristianismo: “La creencia del hombre en Dios no es otra cosa que su creencia en sí mismo”.


Miguel de Unamuno 
(1864-1936)

“Un día, hablando con un campesino, le propuse la hipótesis de que hubiese un Dios que rige cielo y tierra, conciencia del universo, pero que no por eso sea el alma de cada hombre inmortal en el sentido tradicional y concreto, y me respondió: entonces ¿para qué Dios?”. Del sentimiento trágico de la vida.



El campesino de la cita deja al filósofo español en el 

mismo lugar donde acaban los lectores del último libro de Hawkings. Y es que, si Dios no es necesario para explicar el origen del Universo, si no garantiza la inmortalidad, ¿para qué es necesario? Unamuno se lo preguntará toda su vida. Y hará de la pregunta, y de la búsqueda de la respuesta, su religión. Con los vaivenes que sean necesarios, ya que de la lectura de su obra se pueden extraer nociones contradictorias. “Si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista. Es cosa de corazón”, afirmaba en el ensayo Mi religión.
                                                                     TEXTO ORIGINAL EN LA REVISTA FILOSOFÍA HOY

TEMA LA MENTIRA

¿Has dicho alguna verdad en las últimas 24 horas?

la Mentira El primer signo de la evolución superior de una especie animal sería su capacidad para disimular u ocultar lo que convenga a su supervivencia. Los animales que alcanzan larga historia en la vida lo hacen creando recursos para esconderse, para aparentar más fuerza de la que tienen, para ocultar a sus crías o sus alimentos.

Entre todas las especies, solo el hombre ha llevado la sofisticación a comenzar engañándose a sí mismo como la mejor forma de afrontar con mayor naturalidad la mentira hacia los demás. Y llega más lejos; ese entrenamiento le lleva a perder la conciencia de su mentira y asumirla sin duda alguna.
Solo una brillante evolución nos ha podido llevar a ese punto de funcionalidad. En coherencia con ese estado de eficiente confusión, la mayoría de nosotros decimos saber que la mentira es una actitud generalizada, pero no somos medianamente conscientes de hasta dónde llega. Mentimos más de lo que piensan los más desconfiados y buena parte de las veces ni unos ni otros sabemos que previamente hemos metabolizado la falsedad y ya no distinguimos entre la mentira, la media verdad y lo que transmitimos.
Ese grado de perfecta convivencia con la versión más conveniente de las cosas, aunque sea falsa, hace que nos movamos en sociedad con convicción para defender los intereses propios y sigamos teniendo la mejor opinión de nosotros mismos, al tiempo que abominamos de la mentira de los demás como una lacra social.
Vivir con sentido es saber que pertenecemos a una especie que ha alcanzado una gran perfección en el diseño de sus habilidades de falseamiento y mixtificación.

EL ENGAÑO SIEMPRE  ESTÁ PRESENTE


Robert Trivers, antropólogo y experto en Psicología evolutiva, cree que hay engaño en todos los niveles de la vida. El engaño es algo que compartimos con los virus, las bacterias, las plantas, los insectos y muchos otros animales; es omnipresente en la vida. Hay engaño incluso en el genoma; los elementos genéticos egoístas recurren a técnicas moleculares de disimulo para reproducirse más que otros genes competidores.
El engaño, según Trivers, contamina las relaciones fundamentales de la vida, las que existen entre el parásito y su huésped, entre el predador y su presa, entre plantas y animales, entre vecino y vecino, entre padres e hijos, e incluso en la relación de un organismo consigo mismo.
Cabe esperar –escribe Trivers– que haya engaño en casi todas las relaciones internas de una especie, porque esa estrategia ofrece ventajas especiales: el que engaña toma la iniciativa y quien pretende desenmascararlo siempre va a la zaga. Cuando en la naturaleza surge un nuevo estilo de engaño, toma por sorpresa a individuos que a menudo carecen de defensas contra él. Sin embargo, a medida que ese tipo de engaño se difunde, la selección natural también favorece el desarrollo de defensa de las víctimas y al cabo de un tiempo los movimientos contraofensivos acaban por anularlo.
A lo largo del tiempo, el avance del engaño ha generado un retroceso de la verdad, y al menos, ha dificultado la posibilidad de reconocerla.

Robert Trivers

Robert Trivers se licenció en Historia y doctoró en Biología por la Universidad de Harvard. Actualmente es profesor de Antropología y Ciencias biológicas en la Universidad de Rutgers y de Psicología en Harvard.
Su investigación ha profundizado en la biología de los genes egoístas y, como derivación, en la teoría del autoengaño, clave para comprender la estructura cerebral orientada a la supervivencia de los individuos.
Es una referencia mundial en el análisis del altruismo recíproco, la selección sexual y la inversión parental.
                                                            TEXTO ORIGINAL EN LA REVISTA FILOSOFÍA HOY